lunes, 28 de octubre de 2013

Paso a paso por Miguel Romero. Mis Diálogos sobre Marco Pérez (II)

PASO A PASO   por Miguel Romero

Mis Diálogos sobre Marco Pérez (II)…


Otro año más y, éste, si cabe, con mayor desilusión por la “dichosa crisis galopante” que nos está dañando progresivamente sin más ánimo que contemplar la desidia y el desgobierno, como diría el Buscón de Quevedo, que adolece España y si cabe, Europa, nosotros ahondamos en nuestra Semana Santa conquense con devoción contenida.
Yo sigo absorto cuando deambulo por la Hoz del Huécar, mi refugio, porque en ella encuentro el sosiego necesario para huir del desaforado mundo social en el que estamos inmersos, por eso “de qué dirán” y luego, curiosamente, no decimos nada. Nuestro conformismo es la clave de nuestra situación: Cuenca, muere y muere lánguidamente, sin que nadie o casi nadie, haga algo por remediarla, ¡ea¡ así somos.
Paso por debajo del Puente de San Pablo, el metálico en estructura que hiciera aquél discípulo de Eiffiel a principios de siglo XX, para suplantar el bello puente de piedra encargado por el canónigo del Pozo en el XVI y que se bambalea cuando los niños, en su corretear, hacen cabriolas sobre sus maderas, ahora limpias y restauradas.
Desde abajo, saludo a Juan, el nuevo director del Parador, un hombre joven con ilusión por acrecentar su experiencia aplicando su “buen hacer” en los planteamientos hosteleros de una ciudad privilegiada para ello. Lo saludo y continúo mi camino hacia el kilómetro dos. Allí, me encuentro con Arturo Martínez Barambio, el de Ismael, “Arturete” para nosotros, culto, simpático, honesto y músico, un gran músico, herencia de su padre al que tanto añoramos.
Me entretengo con intención porque quiero hablar sobre el pasado, rico e histórico, de nuestra ciudad. Él, semanasantero como yo, me mira esperando oir que pregunta le voy a hacer.
-          Arturo, te suenan estos quintentos:
            Naciste a la altura de nuestra Serranía
y en su grandeza quieres dar forma a tu ideal
poniendo en tus figuras destellos de energía,
que en su apostura noble y en su actitud bravía
pregonen la entereza del alma regional.

            Él, culto y avizado en la picaresca, me mira y contesta:
-          ¿Poesía, poesía? Por ahí me coges, ya sabes. Yo de música lo que quieras, pero en la poesía me encuentro un poco más perdido, aunque me encanta, sobre todo la de Federico Muelas –me contesta contrariado por eso de no saber dar la respuesta.

Igualmente, le vuelvo a hacer nueva pregunta:
- Escucha un poco más:
                        Es tu hombre de la Sierra, retrato que plasmado
                        con atención inmensa, de ardiente inspiración,
                        encierra en su conjunto la historia del pasado,
                        ambiente prodigioso que tiene aprisionado
                        viviente testimonio de hermosa tradición.

                        Es tu pastor de las Huesas, de enérgica postura
                        que muestra las arrugas curtidas de su tez,
                        hay algo de misterio que anima la escultura
del hombre que compendia la paz y la ventura
guardando su rebaño con gesto de altivez.

Sin duda, los detalles advierten mucho al caballero y Arturo, rápido con el deseo del que siempre quiere atender con premura y acierto, me dice:
-          Está claro Miguel, me hablas de Marco Pérez.
- Así es, Arturo, así es. Genial, como siempre, genial. Estos versos son de Leopoldo Picazo y los he sacado de las páginas del periódico conquense El Mundo, del lunes 16 de junio de 1930 a raíz de su Medalla de Oro. Son esos mismos versos que acaban así:
                        Prosigue, hermano Marco, con tu arte peregrino,
                        lo ruegan tus paisanos, lo pide esta ciudad.
Dichoso tú, qué puedes, cumpliendo tu destino,
dejar huella imborrable que marque tu camino
hacia la Patria excelsa de Inmortalidad.

Son días de enero de 2012, esos días de sol gélido, pero con brillo especial en su dorado, instando a las rocas a gemir por pesadumbre en el deambular de su recorrido. Aderezas el camino, te encuentras con algún gatillo de los muchos que allí habitan, escuchas algún graznido, pocos, por eso del frío que invade cada umbría de las que encurvan este pavimento que nos conduce a Palomera.
Es un recorrido intenso y gratificante, me da lo mismo en invierno, primavera, otoño o verano y como veis he cambiado el orden de las estaciones, porque aquí, en la Hoz, las estaciones están cambiadas.
El agua del Huécar apenas hace ruido en sus escombreras, porque ya no hay ninguna, apenas desdibuja perfil de azulejos porque lleva poco caudal en tiempos de crisis, crisis de lluvias que también tenemos y, sin embargo, el chapoteo de alguna ardilla rompe el silencio que te produce su angosta estrechez.
Me encanta pasear por la carretera de esta hoz. De vez en cuando, te cruzas con algún “asesino del colesterol” que a paso rápido, acelera el flujo sanguíneo que descubre la faz de su cara, de rojos carrillos, tan rojos como esos tomates de la huerta del kilómetro cuatro. Pero el color no sólo es de su paso, algo más lento de lo esperado, sino también del frío, ese que por aquí se mete entre la piel sin apenas pedirte permiso alguno.
Cuando llego a la fuente del nazareno, así la llamo porque siempre encuentro a mi amigo Felix Ortega,  me cruzo con la figura de un hombre sabio, conquense por los cuatro costados, conocedor de los requiebros más intensos de la Cuenca del siglo XX, amante de la cultura que hace grande a los pueblos: mi amigo Luis Cañas.
-          Hola, Miguel Romero, ¿qué tal tus proyectos? –es su pregunta, cálida y amable al verme.
-          Bien Luis, muy bien. Pero ahora me trae aquí una reflexión. Seguro que tú, que tanto sabes y cuya experiencia tanto acumula, me podrás ayudar en saber algo más de mi admirado Luis Marco Pérez.
-          ¡Ah¡, de Marco Pérez, pues tu dirás…
- Alguien me contó que tuvo un fuerte enfrentamiento con la Diputación en el 1938. Leí que fue invitado a una exposición de Pintura y Escultura de Artistas Españoles a celebrarse en Bogotá en el verano de aquel año y necesitaba algunas obras para ello. Desde el comisionado de la misma, le pedían con urgencia las enviase antes del 30 de junio. Él, agilizando el proceso, envió una carta a la Diputación Provincial, entonces llamada Consejo Provincial de Cuenca, para solicitar le dejasen enviar a la capital colombiana las obras “Vieja Conquense” y “Diana Cazadora”, dos bronces de su mano que conservaba la sede institucional. Sin embargo, no le fue concedida su petición, ¿sabes por qué Luis?
- Muy fácil, amigo Romero, muy fácil. Era algo común en Marco Pérez. Recuerdo que entre los años 1931 a 1934, ambos inclusive, el escultor había percibido la cantidad de 20.000 pesetas, a razón de 5.000 anuales, “por modelar en bronce, mármol y madera tres o cuatro grupos alegóricos de Cuenca para optar con ellos a la Medalla de Honor de las exposiciones nacionales de Bellas Artes, debiendo quedar en propiedad de la Diputación al menos uno de los grupos que ejecutase como propiedad por el pago realizado.” Sin embargo, el amigo Luis Marco Pérez, ya había retirado anteriormente alguna más del palacio e incluso del despacho del propio presidente, como era el caso de un desnudo de mujer en mármol negro, sin devolverlas, por lo que la Diputación le negó tal petición bien razonada.
- Ahora lo entiendo todo. Me resultaba curioso, pero claro este hombre no cumplió su palabra y ello le sirvió para no poder enviar a Bogotá estas espléndidas obras. ¡Qué lastima¡ ¿no? –dije bastante desilusionado por lo que aquello podría haber supuesto para él y para Cuenca.
- Así fue, así fue. Mira, en aquella exposición alternó nada más y nada menos que con Adsuara, Benedito, Benlliure, Capuz, Calrá, Macho, Mateu, Ortells, Carmelo, Julio Vicent y Eva Aggerholm, la esposa de Vázquez Díaz, ¿no veas?
- Pero así era nuestro insigne escultor. Un hombre especial, artista como ninguno, pero controvertido en muchos de sus actos, tal vez decisiones y, a veces, compromisos.

Poco después de haber acabado la guerra civil del 36, Marco Pérez retorno a Valladolid el 28 de abril de 1939 y se incorporó a la Escuela de Artes y Oficios como profesor nuevamente “sin perjuicio de la depuración que en su día se incoe contra él”, decía el informe previo. Sometido al expediente de depuración, éste fue resuelto favorablemente el 5 de septiembre de ese año, por lo que el escultor pudo continuar sus tareas docentes aunque no por mucho tiempo.
En 1949 realiza el definitivo viaje a Madrid como Profesor de Término de Modelado y Vaciado en la Escuela Central de Artes y Oficios Artísticos, en la que compartiría trabajo y amistad con el otro gran escultor José Capuz, cuyo carácter le generaría ciertas dificultades de relación.
Estudia las Semanas Santas, analiza obras del barroco vallisoletano, analiza al detalla la obra de Gregorio Fernández, incluso, de Martínez Montañes, los grandes imagineros castellano y andaluz, respectivamente. Todos sabemos que “los Pasos” son esas escenas de sufrimiento (del latín patior, sufrir) que han venido constituyendo desde hace siglos la más clara manifestación de la religiosidad popular hispana a través de unas figuras encaminadas a provocar devoción. Ese realismo que ha venido presidiendo la escultura española desde el Barroco la supo manifestar en su alta perfección y conocimiento del volumen en todo su tratamiento, este gran escultor conquense. Ese realismo dramático lo lleva a su máximo exponente, propio de la escuela castellana a la que Marco Pérez era tan dado, expresando en cada escorzo de sus figuras, el sentimiento y la contemplación de la humanidad de lo representado.
En Valencia, Madrid y sobre todo, en Valladolid, fue forjando ese estilo único que hizo de sus obras el contexto histórico de una Semana de Pasión en su más alto signo. Se formó y ayudó a formar a otros discípulos. Con Capuz, con Macho y con Benlliure, adquirió el estilo que daría la grandeza del volumen en expresiva compostura. De ello, iremos hablando en nuestros Diálogos.
Entre el 1939 de Valladolid y el 1949 de Madrid, hay un tiempo en el que Luis Marco Pérez acomete diversos proyectos y fracasa en otros intentos. Entre los fracasos más sonados, el fallido intento de llevar a cabo el grupo escultórico de La Santa Cena, encargado por la Junta de Cofradías conquense en 1946 y del que hablaremos en otro capítulo.


Miguel Romero Saiz

Nazareno

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